lunes, 2 de julio de 2007

Godoy, Marcelo - Confesiones de un "profe" que no es "profe" (Borrador)

Godoy Gálvez, Marcelo
marcelo.godoy@santotomas.cl


Siempre quise ser escritor.

Recuerdo de pequeño un especial afecto por las letras. Junto a mi padre leía, en realidad hacía “como qué” ya que verdaderamente no entendía ese conjunto de signos que a él le representaba un significado particular y le aportaba un valor tan singular.

Casi al cumplir los cinco años pude juntar las primeras letras. Según recuerdo (sin duda con la gran distorsión de los recuerdos), fue un momento de gran emoción. Lo que sin dudas recuerdo es que aquella experiencia me motivó a leer todo cuanto se me pasaba por adelante. En un comienzo fueron los letreros del camino en el auto junto a papá quién trabajaba en aquella época como taxista y a quien acompañaba, de vez en cuando, como “secretario” donde se me ofrecía la oportunidad de leer el diario ya que los letreros del camino pasaban muy rápido (nótese que no era yo quien pasaba rápido sino que los letreros).

Luego de esta experiencia puntual tengo pocos recuerdos agradables y significativos acerca de mi relación con la lectura y la escritura. De ahí en adelante recuerdo una relación de sometimiento ante esta acción por la cual sentía tanto afecto.

La experiencia de “sometimiento” deriva (supongo, al menos así lo creo hoy) de mi vida escolar, donde la mayoría de los aprendizajes se dan en un contexto de sometimiento donde debes asimilar lo que, un “otro”, indica aquello que (cómo, cuándo, cuánto, etc.) “debes aprender” (tema que me interesa desarrollar con mayor profundidad en otra ocasión).

Por fortuna, conté con la posibilidad de conocer a verdaderos maestros (muy pocos) interesados verdaderamente en mi aprendizaje y en la calidad de su enseñanza en función de mi aprendizaje.

Siendo injusto con muchos, en honor al tiempo y para evitar aburrirlos con historias personales, les contaré de dos personajes significativos. El primero, “El Guatón Montaldo”. Este fue uno de los primeros personajes que me sorprendió cuando en su clase de Historia Universal pone sobre su escritorio una radio y a continuación escuchamos una canción de Joan Manuel Serrat para luego vincular su contenido a los temas que estábamos “viendo” en el contenido de la clase (la “materia”).

Usted eventualmente se reiría si le digo que no tengo la menor idea acerca de qué trataba el tema y mucho menos el contenido de la clase. Dirá: “eso no sirvió para nada”.

Pues bien, se reirá aún más cuando concuerde con usted en que no sé si habrá sido útil para “algo” o no pero, no sé por qué, probablemente aquello ayudó a los que “soy hoy”.

Hoy, cuando escucho una canción, pongo especial atención al contenido de su letra. Atraído, sin duda, por la música que actúa como un factor motivante (motor). Probablemente a esa experiencia le debo, en parte, mi dedicación a una profesión que valora la “Escucha Activa” como una competencia fundamental (la Psicología). No lo sé, probablemente el aporte de dicha experiencia fuese menor pero, … ¿no le parece curioso que la recuerde?... , a mi si.

Lo común es que el recuerdo sea selectivo. Siendo uno de los factores importantes la intensidad emocional del momento que se recuerda. Sin duda “ese” (hay muchos más) en la relación con “Nelson” (también fue el primer “profe” que dejaba que lo llamásemos por su nombre) fue de este tipo, emocionalmente intenso. Apoyado en la sorpresa con un apropiado sentido del equilibrio “histórico”.

“Atila” (por el Rey de los 1,0), le decíamos al profesor de Castellano 2 de la especialidad “Humanista” en el Colegio. Especialidad que estaba reservada a los “más flojos”, o bien a aquellos que no tenían habilidades “científicas” (Biológicas o Matemáticas). Para “Atila” no era así. Él llegaba a clases y decía: “salgan al pasillo frente de la sala, mire hacia el patio, elija una cosa que usted vea y escriba una historia al respecto”. En ese momento volví a sentir la misma emoción de los 5 años (pero ahora con 17) y di lo mejor de mí en esa actividad. Fue un momento que agradezco, por lo que representa, en tanto, la reconciliación con las capacidades que el sistema escolar me había negado y por que en ese momento redescubrí el placer inmenso que es plasmar ideas, vivencia, historias, conclusiones, etc… por escrito.

Con los años, hice un descubrimiento que me impacto enormemente. Atila (Raúl Muñoz era su nombre), era periodista. Más cierto o menos cierto aquello, me resultará útil para el tema que me propongo desarrollar más adelante.

Cuando joven quise cambiar el mundo. Desee democracia para mi país, mejores condiciones de vida para los más pobres, etc. Ese ánimo de cambiar la realidad me condujo a estudiar Psicología. Me especialicé en el “Cambio Organizacional”. Actualmente me dedico de modo preferente a la docencia universitaria y a la gestión de procesos académicos (además de mis trabajos de consultoría en temas relacionados con Recursos Humanos). De alguna forma, si usted quiere, también me dedico a cambiar a personas “escolarizadas” y “funcionarios” en “profesionales”.

En este ejercicio me he motivado, perfeccionado y vivido.

En ese ánimo es que quiero compartir mi visión del cambio que “he producido” o “estoy produciendo” en mí, ya que, si algo he descubierto sobre el cambio es que comienza en cada uno de nosotros. Es, como decía mi madre ante mi egoísmo infantil, obedecer a la máxima que reza: “la caridad comienza por casa”.

De este modo, lo que quiero compartir aquí con ustedes es mi vivencia en el “acto” (en realidad “vivencia”) de “educar”, tarea que no nos es ajena en tanto educamos a otros (aunque no queramos) o bien somos educados por otros (también aunque no lo deseemos o no lo veamos de ese modo).

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