lunes, 2 de julio de 2007

Moreno Doña, Alberto - Aprendiéndonos (Borrador)

Moreno Doña, Alberto
amorenod@santotomas.cl


En esta primera reflexión que comienzo a realizar no puedo desprenderme de mis sueños como educador forjados a partir de la lectura de autores tan significativos como Paulo Freire, cuando nos comenta que educar es generar espacios y tiempos dónde cada uno sea capaz de decir su palabra, la propia. Decir la palabra está relacionado con ser capaz de participar, es decir, tomar decisiones en los espacios y tiempos de los que los diferentes actores educacionales formamos parte.

Entonces, mi primera pregunta surge: ¿participan nuestros alumnos de los procesos que viven cotidianamente al interior de la Universidad en la que se están formando? ¿Poseen el desarrollo adecuado de las capacidades que les permiten participar autónomamente en dichos espacios y tiempos? ¿Somos capaces los académicos/as de esta institución de generar verdaderos encuentros de diálogo, participación y decisión?

Pareciéramos estar inmersos en lo que algunos han llamado las falacias de la participación. La participación de nuestros alumnos/as queda reducida a aquellas situaciones que verdaderamente no tienen relevancia significativa para ellos, pues se podrían reducir a decidir en relación a los electivos que cursarán, en ir o no a clases, preguntar o silenciar sus inquietudes, etc. ¿Cómo desarrollar, entonces, valores democráticos en nuestros alumnos/as si no les permitimos decidir sobre aspectos relevantes para ellos? ¿Cómo nuestros alumnos van a ser profesionales autónomos si no necesitan de la autonomía para comportarse en su formación inicial y nosotros no estamos generando esos espacios y tiempos?

Sueño con una institución y un grupo de docentes que se apasionen con un proyecto fundado en la vivencia de la libertad como germen educativo. Vivir la libertad requiere de aceptar la incertidumbre, pues ella es parte consustancial del conocimiento. Necesitamos aceptar el error como parte constitutiva del aprendizaje y de la vida universitaria de nuestros alumnos y docentes.

Eva (5 años) iba en coche con su madre y le dijo: “Mamá, yo ya me puedo sacar el carnet de conducir porque me sé las señales”. “A ver si es verdad, le contestó la madre: ¿Qué quieren decir los colores de un semáforo? Y Eva contestó: “Verde, puedes pasar; rojo, no pases, y naranja, corre que se va a poner rojo”. (Adarve, junio 2007)

Inocencia, sentido común, sinceridad, reconocimiento de las sutilezas, características todas estas de nuestros niños y niñas y características todas estas que tanto profesores como alumnos universitarios comenzamos a olvidar debido, entre otras cosas, a las características de nuestros sistemas educativos formales, entre ellos la universidad, que privilegian características del conocimiento como son la objetividad, la cuantificación, la repuesta única, etc. Característica éstas que nos hacen negar todo lo que fuimos cuando niños, darle la espalda a ese niño que sólo aparece en nuestra escondida intimidad de nuestros espacios y tiempos personales e íntimos, pero que desaparecen en nuestro lugar de trabajo y de estudio, en la formalidad de la burocracia que constriñe y atrapa en las exigencias institucionales, y que no nos permite disfrutar del conocimiento como una experiencia cargada de incertidumbre y de pasión por acercarnos a creer en nuestra capacidad de soñar con una escuela y universidad diferentes.

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